Tierra bajo techo

Desde la cocina, con su propio ritmo, vienen las sensaciones a instalarse sobre la mesa para exaltar los sentidos de un comensal. A la vez, como hermanado, viene un más allá que redondea la experiencia sensorial de comer. Entonces, una mesa es más que mesa, una silla es más que silla, una luz es casi sombra, y el paladar goza la atmósfera que no se come, solo saborea.
De los muros, coqueteando, un jardín colgante alude a tierra y abastece de Natura los rincones del salón y de especias la cocina. 
Aferrada a las paredes, sin vanidad, sobresale la madera en angostos horizontes que hacen cálido un lugar donde madera es casi todo, es mayoría, abunda por perfecta.
Recios, fríos, en contraste, el hierro y la pizarra, acentúan, por oscuros, los matices de todo lo demás. Ambos logran la necesidad orgánica del equilibrio, aportan la sobriedad anterior a la exaltación de los sentidos con sabores.
Y sobre todo, desde arriba, invisible cae viva y tenue la Garúa. Una lluvia discreta, no por ello inofensiva, que persiste sobre tierra, pizarra, madera, y hierro, para forjarlos con su tiempo a cuenta gotas, acercándonos a lo que pasa afuera estando adentro, concediéndole al lugar la identidad de lo que al aire libre podría llamarse natural, pero bajo techo es rústico.